ANTES QUE TODO

TANIA PARDO

No es la técnica pictórica en sí misma lo que preocupa a Alain Urrutia, sino la necesidad de investigar a través de la imagen. Uno de los rasgos característicos de su obra es la utilización, la mayoría de las veces, de grandes formatos y gamas cromáticas delimitadas (grises, negros y blancos) que muestran una composición basada en la representación figurativa. Las imágenes que componen sus pinturas son referentes cotidianos y escenas rescatadas de su propia experiencia o de su realidad circundante —periódicos, televisión, etc.— en alusión a una memoria colectiva descodificada, incluso, nada nostálgica que, a su vez, aparecen como secuencias sacadas de un largometraje. Una metáfora sobre la propia representación. Historias que se entrecruzan y forman un conjunto de escenas fragmentadas, indisolubles unas de otras pero, a su vez, independientes; al fin y al cabo, sus grandes instalaciones pictóricas son asumidas como un conjunto ininterrumpido de imágenes.

 

Escenas que parecen desdibujadas, veladas —a través de una pincelada barrida— como si el artista hiciera, precisamente, referencia a esos recuerdos borrados por el paso del tiempo. La evocadora belleza que reside en estos lienzos se debe, precisamente, a la condición fragmentaria que nos remite a la concepción pictórica de la que hace uso el artista belga Luc Tuymans: primeros planos, encuadres aislados, escenas entrecortadas, al fin y al cabo, alusiones al mundo del cine, la televisión y la fotografía. Incluso esto se hace evidente en la serie Stalker (2007), en la que el título hace referencia a un film de Tarkovski.

 

A partir de esta figuración, el artista hace visible cómo la representación sólo puede ser parcial y subjetiva una vez que reconstruye su significado. De este modo, trata de enmascarar —a través del borrado de imágenes y la superposición de pintura— los motivos representados, dificultando la visión parcial, generando, de este modo, implícitamente, una inquietante y misteriosa violencia. En su afán por desdibujar las imágenes, parece que no importa tanto lo representado sino cómo es representado, contraponiendo, incluso, la supuesta lentitud de la técnica pictórica a la inmediatez de la fotografía y la repetición de la fotocopia. En realidad hay algo de melancolía en todas ellas y de irrealidad, porque en esa especie de desenfoque aparece la transmisión de esa, supuesta, cotidiana experiencia. Y es que ya no se trata de reivindicar una estética de clásica belleza en el resultado, que recuerda a la pintura de Marcel van Eeden, sino de reconstruir una atmósfera de irrealidad y de ensoñación en la propia concepción de las imágenes.

 

Para este artista los encuadres fragmentados no dejan de ser quiebros emocionales, rupturas, al fin y al cabo de alguien que se ha convertido en un observador de su propia cotidianeidad contaminada por multitud de estímulos que se evidencian en algunas de su obras donde inserta otros colores que no son los habituales, como en el cuadro en el que introduce dos grandes planos de color rojo o en el que muestra a una masa de gente en blanco y negro sobre un fondo azulado. También Alain juega con esa concepción del instante fílmico que bien podríamos relacionar con la imagen dentro de la imagen, cuando muestra, en algunas de sus superficies, colecciones que parecen fotografías amontonadas a modo de narraciones parceladas.

 

En cualquier caso la pintura de Alain Urrutia es más una idea que una técnica ya que no utiliza la pintura sólo en términos de procesos operativos implícitos, ni a partir de las nociones heredadas de la historia del arte, ni siquiera, a partir de las tendencias del mercado actual, si no que su obra pasa por un complejo proceso al que somete a estas imágenes borradas, cargadas de infinitas e inacabadas historias, reinventado una realidad, otra.