HOLD ME

TAYLOR LE MELLE

Una mano se extiende para agarrar otra, un gesto tan cotidiano como íntimo. El contenido de la obra Hold Me (2014) de Alain Urrutia no nos revela ninguna narrativa concreta, sin embargo, contiene gran cantidad de historias posibles. Muchos de sus trabajos representan escenarios enigmáticos y misteriosos que tienen como objetivo mostrar multitud de significados alternativos en lugar de una verdad empírica. En este cuadro en particular, el simple gesto de una mano agarrando otra proporciona una fuente de connotaciones en la que no encontramos respuestas.

 

Hold Me tiene el aspecto de un plano corto de un fotograma de alguna película. En blanco y negro y con una amplia gama de variación tonal, esta pintura podría representar un instante de una de las películas edad de oro de Hollywood; una con giros confusos en la trama, hombres que hablan por la comisura de la boca y mujeres que hablan como si se fueran a desmayar.

 

Las líneas de la cuadricula que ha quedado visible, nos remiten a la herramienta compositiva que encontramos detrás de muchas pinturas clásicas. Estas han podido ser utilizada con este fin, pero también, nos recuerdan el reinado de la cuadrícula modernista, un estilo coetáneo a la época dorada de Hollywood. Por lo tanto, nos sugieren que la imagen ha sido o va a ser editada, post-producida. De hecho, el trabajo de Urrutia se caracteriza exactamente por eso, por editar los cuadros de la misma manera que podría hacerse con una fotografía analógica tomada de una película, recortándolos físicamente una vez ya se han terminado (desentelar, recortar y volver a entelar en un nuevo bastidor).

 

 

Lo que nos queda de esa imagen, se desdibuja con los márgenes negros que la enmarcan por todos sus lados. La intensa luz que cae sobre la mano, desdibuja sus detalles. Sin embargo, nos bastan las sombras en su dorso para sugerirnos que pertenece a alguien que no es joven. Esta mano que se extiende desde lo que parece ser una manga de un traje, podría ser de un hombre. Esta es la primera asociación apócrifa que nos da pie a deducir el resto: los trajes suelen ser usados por hombres y el tipo de hombre que utiliza traje hoy en día suele ser empresario, serio o de buen status. Podría tratarse también, de un hombre que quiere hacerse pasar por uno de ellos, tal vez para una ocasión importante. Sin embargo, el cine de Hollywood de la época nos sugiere que todos los hombres visten de traje independientemente de su condición o de la ocasión.

 

La mano agarrada está casi inerte, descansa sobre una superficie aparentemente suave. No advertimos su género pero su aspecto implica edad. Al fin y al cabo, sus dedos de ásperos nudillos delatan que pertenecen a una persona que con el exceso de trabajo las ha desgastado más allá de poder fingir delicadeza. Esta mano flácida, sugiere que su dueño puede estar triste, solemne, dormido o incluso muerto.

 

El abrazo − una mano sobre la otra − lo entendemos como un intento de consolación. Por ejemplo, el hombre de negocios de la gran ciudad que vuelve a su pueblo natal para consolar a un amigo moribundo de la infancia. Sin embargo, (en el caso de querer dar un giro a la trama) este abrazo podría ser una advertencia. El mismo hombre de la gran ciudad podría haber vuelto para asegurarse de que su amigo de la infancia no revelará ningún detalle de su humilde pasado. Aún así, las manos, podrían pertenecer a dos monjas, o una monja y un pecador arrepentido suplicando ser perdonado. Es así, la representación de este gesto, lo mundano en su contenido, pero intrigante por su gran cantidad de posibles significados, deja casi todo a la imaginación del espectador. No tenemos ni idea de lo que en realidad estamos viendo, por lo que se nos permite inventarlo.

 

En la vida real, las manos ayudan a la voz y al cuerpo en la elocución del lenguaje. Pero aquí, en el mundo pintado por Urrutia estas manos, con la ausencia del cuerpo y de la voz, no nos muestran nada específico. Nos cuentan cualquier cosa. Urrutia nos da tan pocos detalles del contexto en la pintura, que a los espectadores se les permite huir con sus propias asociaciones fantásticas. Estas asociaciones son residuos de suposiciones de las normas sociales, alimentadas a través de imágenes en los medios de comunicación y asumidas dentro de contextos culturales específicos. Por ejemplo, la mano de arriba podría pertenecer a Humphrey Bogart en La condesa descalza en 1954. Podría pertenecer también a Isabella Rosellini en la actualidad. − La biología popular determina un dimorfismo sexual entre la mano de un hombre y de una mujer basándose en la longitud de cada dedo y la relación de esas longitudes entre sí, pero Urrutia ni siquiera nos da la información para extrapolar esto.Incluso dentro de esas opciones, el Bogart de la década de los cincuenta o la Rosellini de hoy en día, la lectura de la imagen se sitúa dentro de los códigos culturales con los que la industria cinematográfica estadounidense nos bombardea.

 

La edad, la época, el género y la nacionalidad son categorías que proporcionan orden pero que no son estrictamente datos empíricos ni esenciales. Todo puede, y debe, ser oscuro, retorcido y liberado de sus atavíos normativos. La pintura casi suplica desprenderse de la necesidad de dar sentido a las cosas. Y, así, lo más interesante quizás sea reflexionar sobre los supuestos que uno ha asimilado y sobre como estos nos llevan a construir toda una narrativa partiendo de datos imprecisos. Urrutia saca provecho de esta tendencia o como Barthes podría argumentar, esta inevitabilidad de un lector de traer experiencias anteriores y por lo tanto suposiciones a un texto.

 

London 2015.