Este texto fué escrito para la publicación MIRROR RIM (Bilbao, 2020) y se publicó junto al texto La pintura a través del espejo de Carolina Puigdevall Claver.
La exposición Mirror Rim tuvo lugar en la Fundación DIDAC (Santiago de Compostela) del 15 de diciembre, 2017 al 28 de enero, 2018 y en Appleton Square (Oporto) del 16 mayo al 16 junio, 2018.
Si hay algo que todavía hoy me resulta enigmático en la pintura de Alain Urrutia, no es por supuesto ni su manera de pintarla ni su habilidad a la hora de ejecutarla. Esto responde, como en el caso de cualquier buen pintor, a una serie de destrezas ensayadas que con los años pueden llegar a conformar un desarrollo técnico impecable, y que poco o nada tiene que ver con la excelencia. Lo que me sigue seduciendo es su capacidad para elegir instantes, el entrenamiento de una mirada compartimentada que acierta a desconectar fragmentos de una misma situación, convirtiéndolos en fracciones misteriosas de una escena que a priori podría no resultarnos ni inusual ni ajena, pero que él logra aislar hasta la abstracción. El hecho de situarnos frente a una de sus pequeñas pinturas y girarnos con más dudas que certezas, es lo que todavía me cautiva. Se trata probablemente de la misma magia que nos lleva a fantasear con colarnos en la cabeza y en la mirada del pintor, queriendo adivinar a veces si un fragmento aislado de la realidad que nos circunda es nuestra manera errada de entender lo que él extrae, o si por lo contrario podría ser digno de engrosar su repertorio.
Recuerdo cuando en 2010 Alain me visitó en Oporto. Yo pasaba unos meses en la ciudad como chico para todo, dentro de un proyecto que se desarrollaba de un modo imprevisible por todas las esquinas de una urbe por aquel entonces desconocida para mí. Juntos viajamos a Lalín, elegimos la ubicación para una intervención que él realizaría casi un año después y charlamos acerca de un texto que me tocó escribir para El Quinto en Discordia.[1]Con Alain el trabajo y la amistad han ido siempre de la mano. Siempre atento a todo lo que excede la pintura, solícito y oyente con quien, como en mi caso, haya labrado con él una relación tan afectiva ya como profesional.
Nada en Alain Urrutia ha tendido desde que lo conozco a procurarse esa estabilidad a la que casi todo artista aspira. Cuando las cosas parecían ir ya bien, propicias para amodorrarse en la comodidad de un estudio propio, con calefacción y doble acristalamiento, él decidió irse a Londres, donde ha vivido durante años como artista expatriado, refugiado en una rutina de trabajo que ya antes lo caracterizaba, y apretándose el cinturón para poder pagarse un pequeño estudio situado a varios kilómetros de su casa, una distancia que, como medida ligada a esa rutina, cubría a diario en bicicleta. Este hecho le servía quizás para guardar una separación prudencial con respecto al espacio de trabajo, preparando durante el trayecto la llegada, y postergando, al final de su jornada, la salida de ese universo que encierra el estudio de cada pintor. Todo esto podría resultar anecdótico de no ser por la importancia que ha tenido hasta hoy en el desarrollo de su carrera artística esta tendencia a la disciplina y al rigor, que han afectado de un modo determinante a su manera de abordar la pintura. La trascendencia, que por su repetición adquieren una serie de hechos cotidianos, y la actitud frente al mundo, han ido afectando su trabajo, su tiempo y el del espectador, así como su relación con las personas que lo rodean. Esquivo con casi todo lo que ha amenazado con atarlo, Urrutia es sin embargo un individuo que, como amigo o pintor, siempre ha estado ahí. Es quizás por esa razón por la cual recibir el encargo de escribir sobre su pintura adquiere una compleja dimensión que me limita a la hora de separar, del Alain Urrutia cuya mirada y cuyas decisiones seducen, al Alain cuya vehemencia y nobleza atañen de un modo determinante a lo que como artista nos propone.
En 2015, cuando preparaba 20 Minutos de Pensamiento Abstracto[2], en la pintura de Alain Urrutia comenzó a cocinarse una reducción en el tamaño de las imágenes, restando evidencia a su contenido, estableciendo un vínculo más estrecho e individualizado con el espectador, que de pronto pasó a convertirse en receptor único de sus piezas. Con esta decisión, hubo de replantearse también la relación que desde ese momento la pintura mantendría con el espacio, optando por producir en base al lugar al cual fuesen destinadas, no abandonando su tendencia a la producción específica, pero variando sustancialmente lo que a partir de ese instante se exigiría a cada lugar.
Habría que aclarar que ese tipo de decisiones, las que afectan al juego de escalas y a su relación con los diferentes espacios expositivos, siempre ha estado presente en el caso de Urrutia, generando correspondencias y trabajando con la importancia que cada imagen tiene, casi siempre reforzada por medio de su disminución, para volver sobre esa pretendida intimidad que nos ofrece el sabernos por un instante la única mirada que se deposita sobre algo. Por esta razón, las pinturas de mayor tamaño que Alain ha ido presentando, me han resultado siempre menos enigmáticas, sin pretender con esta afirmación restarles importancia, ya que entiendo que cualquier montaje se compone habitualmente de momentos álgidos y otros de transición, quizás de más fácil digestión para posibilitar el ritmo fluido de la visita.
El amplio repertorio de imágenes que ha envuelto su pintura desde que en 2008 inició su carrera, guarda estrecha relación en primer lugar con su interés por la cultura visual que le ha brindado la historia del arte, pero también con su profundo carácter político, no libre tampoco de una cultura visual igualmente poderosa, que se ha ido entremezclando con la constante alusión a la pintura desde la pintura y a un imaginario propio proveniente de su cotidianeidad, que narra de algún modo lo que ha sido su vida hasta hoy. En 20 Minutos de Pensamiento Abstractolas imágenes procedían de ese repertorio visual vinculado al arte, y los títulos de cada una de esas pequeñas pinturas fueron tomados de los que Beethoven dio a algunas de sus treinta y dos sonatas para piano. Urrutia daba entonces un paso adelante, vinculando las imágenes con un título que incorporaba un factor inicialmente externo, justificado mediante el pretexto de haber sido las piezas que él había escuchado durante la elaboración de los cuadros. Compuestas entre 1793 y 1822, aquellas sonatas, más allá de su manifiesta importancia para la historia de la música, ocuparon la producción de Beethoven durante unos años convulsos para la crónica política europea. Simultáneamente, el propio compositor, contagiado por los cambios que se estaban viviendo y no necesitando por ejemplo dar recitales en los salones de la corte para sobrevivir, se convirtió en un individuo que operaba con una independencia inaudita y simpatizaba con la causa revolucionaria. Quizás de un modo no premeditado, no puedo evitar descifrar un poso de autorreferencialidad en todo esto, no me cabe ninguna duda, como tampoco tengo dudas acerca del vínculo indisociable que Urrutia ha conseguido establecer entre cada una de esas pinturas y la composición musical que le da nombre, generando de pronto una serie de vínculos inéditos que afectan por separado a imágenes y sonatas. Aquellos nueve pequeños lienzos marcaron de algún modo el inicio de un giro inesperado en su trabajo, algo que continúa urdiéndose en su estudio que, fiel a su carácter cambiante, se ubica ahora en Berlín. Sirvan por lo tanto estas líneas para aclarar la importancia que tendrán estos 20 minutos de pensamiento abstractoen relación a lo que nos ocupará a partir de ahora. Las decisiones que afectaron a esta serie fueron efectivamente una evolución del modo en que el desarrollo formal y conceptual de Urrutia había ido fraguándose desde 2008, llegando en 2015 a un punto cumbre de madurez.
En 2017 DIDAC le propuso realizar una exposición a dos sedes, primero en la que esta fundación regenta en Santiago de Compostela, y acto seguido en el espacio de Appleton Square, en Lisboa. Sujeto a ese diálogo con los diferentes espacios para los que ha ido trabajando de un modo específico, el proyecto comenzó a armarse a partir de un esquema que, como en el caso de 20 Minutos de Pensamiento Abstracto, nacía de un croquis que interconectaba conceptualmente todas las escenas elegidas. Éstas, surgidas de un interés por el retorno de la imagen reflejada, nacían del encuentro fortuito de un pequeño espejo en los primeros días de su llegada a Londres. Sobre él, situado en su mesilla de noche, de un modo improvisado, Urrutia fue depositando cada día sus llaves, monedas y todo lo que se había ido acumulando durante la jornada en sus bolsillos, hasta que alguna de las imágenes devueltas por aquel espejo lo llevó a dar el paso de fotografiar sistemáticamente las simetrías provocadas por su reflejo. El hecho rutinario y azaroso se convirtió entonces en una búsqueda y, a continuación, los objetos fueron perdiendo ese carácter aleatorio, estableciendo una complicidad con el espejo, implantando unas pautas y buscando el equilibrio de la composición. Para Mirror Rim-el borde del espejo-, que así se tituló, Urrutia echó mano de ese conjunto de fotografías que se habían ido acumulando en su disco duro, y entonces comenzó a trazar un plan que de nuevo las envolviese, vinculándolas conceptualmente para tejer una historia improbable, por medio de un repertorio basado en sus notas acerca de las simetrías que producía el reflejo, y a propósito de la singular magia que históricamente ha rodeado a estos artilugios.
La visita a aquella exposición confirmaba todos los presentimientos. El amplio espacio de DIDAC presentaba desde la puerta una sucesión de puntos suspensivos, hasta once, aunque no todos podían verse desde una misma posición. Aquel golpe de vista inicial distaba de lo que aquellas paredes parecían pedir, sin embargo la proporción era milimétrica. Se generaba un primer contacto visual que instaba a acudir a su encuentro. Cada imagen establecía una distancia entre nosotros y ella, siempre la misma, y un intervalo sobre el muro que se repetía de igual modo. Frente a cada una se contemplaba únicamente aquella, la siguiente esperaba su turno, y así sucesivamente. Mirror Rimsupondría un golpe sobre la mesa que mantuvo su reverberación cuando los cuadros se giraron en Lisboa. El propio cartel lo anticipaba, pero el hecho de comprobar cómo la exposición lograba funcionar también boca abajo, resultaba inquietante.
Analizándolo ahora, las imágenes que devuelve el espejo en Mirror Riminsisten en los vínculos que Urrutia establece con la historia del arte. Unas relaciones nada obvias, que asocian por ejemplo la mano reflejada del pintor con las que Caravaggio pinta para su Narciso, o también una de las piritas que Urrutia colecciona y que se asoma al espejo remitiendo inevitablemente al cristal de alunita que Durero incluyó en su grabado Melancolía I, y que se ha convertido a lo largo de la historia en recurso constante debido en gran parte a su extrañeza y a las dudas que despierta acerca de su verdadera función. Una tras otra se van sucediendo, cada cual a partir de un vínculo nada evidente, que seduce quizás más por lo que oculta que por lo que cuenta. A ello se suma como colofón un guiño que, sin necesidad de girar ciento ochenta grados dos de las piezas, sólo intercambiando sus posiciones sobre la pared, sitúa cara a cara o dándose la espalda los retratos de dos gemelos idénticos.
Palindrómico, este proyecto guarda con las imágenes que la componen esa duda ante la verdadera correspondencia del reflejo, esa desconfianza que también Alicia sostiene cuando observa a través del espejo, queriendo ir más allá para hallar lo que de cierto hay en su retorno.[3]En Mirror Rim, esa devolución rompe intencionadamente su simetría al operar directamente sobre el propio encuadre fotográfico. Urrutia jugará entonces con la perspectiva del espejo, o con la posibilidad de mostrar a través de él, partes del objeto que de otro modo permanecerían ocultas. ¿Qué hay de verdad entonces en todo esto?
Donde estén, en una posición u en otra, los espejos que brinda Mirror Rimson un alarde compositivo orquestado para devolvernos una serie de imágenes que funcionan también giradas, aunque no sean idénticas, sino un reflejo de sí mismas, del mismo modo que toda la exposición lo es. Cada pintura responde así a un meditado ejercicio estructural, que debe valerse en ambas posiciones, estableciendo una clara ambivalencia que resulta deslumbrante.
Los diez años que han pasado desde que nos presentaron por primera vez, junto al futbolín de un local de rock en Vigo, han sido clave en el desarrollo del trabajo de ambos. Si por aquel entonces Urrutia operaba mediante grandes instalaciones en que pinturas murales de escala colosal situaban espacialmente sus lienzos o papeles, el modo en que el espacio se alía en la actualidad con su trabajo ha ido simplificándose, ganando en madurez, huyendo de aspectos escenográficos y centrándose cada vez más en la búsqueda de un resultado que ya no tiene como objetivo deslumbrar al público en un primer golpe de efecto, sino más bien llegar a ello por medio de un encuentro más pausado e íntimo entre el espectador y la pintura. Urrutia, que fue poco a poco ampliando las dimensiones de su trabajo, ha optado finalmente por reducirlas casi a su mínima expresión, y sin embargo ahora todo parece más grande, más rotundo y monumental que cuando las luces reforzaban la teatralidad y la pared parecía querer echársenos encima. Sé sin embargo que nada en su pintura es definitivo, y que su capacidad para reinventarse, más pronto que tarde, volverá a dar un giro. Aquí lo espero.
[1]El Quinto en Discordiafue una exposición proyectada por Alain Urrutia para los meses de enero y febrero de 2011 en la Torre de Ariz, en Basauri.
[2]La exposición 20 Minutos de Pensamiento Abstractotuvo lugar en la Galería Casado Santapau (Madrid) entre el 17 de marzo y el 30 de abril de 2016.
[3]¡Ay, cómo me gustaría ver ese rincón! Tengo tantas ganas de saber si también ahí encienden el fuego en invierno... En realidad, nosotros, desde aquí, nunca podremos saberlo, salvo cuando nuestro fuego empieza a humear, porque entonces también sale humo del otro lado, en ese cuarto... pero eso puede ser solo un engaño para hacernos creer que también ellos tienen un fuego encendido ahí. Lewis Carroll, Alicia a través del espejo, Alianza Editorial, Madrid, 1978.