Este texto fué escrito para la publicación MIRROR RIM (Bilbao, 2020) y se publicó junto al texto Ante todo, la duda de Ángel Calvo Ulloa.
La exposición Mirror Rim tuvo lugar en la Fundación DIDAC (Santiago de Compostela) del 15 de diciembre, 2017 al 28 de enero, 2018 y en Appleton Square (Oporto) del 16 mayo al 16 junio, 2018.
El espejo, cuyo origen se encuentra en el vocablo latino speculum, que a su vez deriva del verbo specio“mirar”, se asocia etimológicamente con la vista, y por tanto con la acción de mirar u observar. Desde que el ser humano comprendió la visión de sí mismo y de cuanto le rodeaba como una imagen ficticia en el reflejo que le devolvía la superficie cristalina del agua en calma, hasta la sobreexplotación de la propia imagen en la actualidad, el espejo ha ido ocupando un espacio más relevante en la sociedad, hasta asentarse como un artefacto significante que está presente en prácticamente todos los aspectos de la cultura occidental. La acción de inspeccionarse a uno mismo o explorar desde otros puntos de vista la propia imagen a través del espejo es tan espontánea como recurrente, y tanto en la literatura como en las artes visuales se convierte en un tema reiterado y tratado con gran amplitud. El motivo de la imagen dentro de la imagen así como la imagen repetida, desdoblada o reflejada, ha sido una constante a lo largo de la historia del arte. Además, la pintura se ha valido del espejo como herramienta pictórica en numerosas ocasiones, utilizándolo en algunos casos para plantear una escena o una narración alterna en un espacio en el que, tradicionalmente, sólo había lugar para describir una acción. Leonardo aconsejaba a los pintores tener siempre un espejo cerca a la hora de crear composiciones simétricas, pues la manera de comprobar si aquello reproducido no tenía errores y se correspondía en plena forma y carácter con el modelo natural pasaba por observar el reflejo de dicha pintura. En el caso de no advertir ninguna discordancia entre la imagen reflejada y la imagen real, podría hablarse de una representación pictórica perfecta. Según el pintor, al igual que la figura y su reflejo son una misma cosa, también habrían de serlo la pintura y su modelo original.
Tanto la visión especular como la pintura son fenómenos exclusivos de la visión. Ninguno de los demás sentidos sirve para acceder a la realidad virtual reflejada o pintada. Esta es una de las características que lleva a ambos elementos a compartir una especie de lugar común. Sin embargo, así como el espejo tiene la capacidad de reflejar una imagen tridimensional, creando un nuevo espacio ficticio que posibilita esa existencia virtual, la pintura tiene que llevar a cabo la traducción de esa tridimensionalidad tangible de las cosas a una superficie plana y bidimensional, dando lugar a nuevas imágenes que, aunque tomen la realidad como referencia, la reformulan de manera inevitable. En ciertas ocasiones la pintura logra acotar la distancia entre la realidad virtual reflejada y representada, aunque la primera sea casi imposible de alcanzar. Además del espejo y el cristal que presuponemos plano, pulido y perfecto, existen otras muchas superficies reflectantes capaces de proyectar reflejos aunque por sus características morfológicas modifiquen las proporciones y la forma del objeto en sí. Mediante la pintura es posible reproducir en dos dimensiones todas las modificaciones que provocan las superficies curvas en el reflejo de una imagen, y construirlas de manera artificial sobre una superficie plana tal y como se vería en una superficie esférica tridimensional.
Para la pintura, equiparar la visión de la realidad representada en un lienzo a la realidad virtual sin fisuras que ofrece la superficie reflectora de un espejo, ha supuesto siempre un reto. El conflicto entre la imagen real y la imagen reproducida que supone la mímesisen la pintura, va un paso más allá cuando el objeto o modelo se sitúa ante el espejo, pues, al contrario que en la reproducción pictórica, que precisa de una superficie visible y por lo general no reflectiva, como puede ser el lienzo, el reflejo de un elemento en el espejo requiere solamente una superficie invisible. Aunque la superficie especular está ahí, se omite ante el resultado de una duplicación perfecta de la imagen original y es por eso que es el espejo, y no la pintura o el resto de sistemas de representación tradicionales, lo que se considera el epítome de la representación.
No obstante, la conciencia del ser humano sobre cómo las imágenes que proyectan algunas superficies reflectantes son duplicaciones ilusorias de la realidad, se remonta a tiempos remotos. Como subrayaba Kandinsky en De lo espiritual en el arte (1912) “Así es como el mundo va perdiendo su misterio. Sabemos que los árboles dan sombra, que los caballos y los coches corren, que los perros muerden, que la luna está muy lejos, y que la imagen del espejo no es real.” Por mucho que la superficie de un espejo sea tan perfecta que pase a ser casi invisible a nuestros ojos, perdiendo su entidad de superficie autónoma para pasar a ser una duplicación de aquello que hay frente a ella, sabemos a ciencia cierta que está ahí. Mientras el observador pueda identificar aquello que está viendo como la proyección de otra cosa, la superficie, como en la pintura, se hace visible. Todo reflejo conduce inevitablemente a la existencia de algo en otro lugar, a veces incluso fuera del campo de visión. Esta conciencia de la imagen de la realidad y la duplicación artificial es la que permite identificar cualquier reflejo como tal y no como una entidad autónoma. Reconocer algo como un reflejo no depende necesariamente de la presencia visible de aquello que pasa a ser reflejado, sino de la aceptación de la imposibilidad de ser en dos lugares al mismo tiempo. Los fenómenos del cristal y del espejo y del resto de superficies reflectantes, son totalmente perceptivos y dependen de la capacidad de visión. Aunque es el espacio el que posibilita los fenómenos y no al contrario, la imagen que proyecta el espejo se halla en un espacio irreal, imposible y en continuo cambio. Muestra una realidad que es virtual y su proyección, momentánea y efímera, precisa para existir de la presencia de un otro situado en el espacio tangible. En este sentido, como decíamos, el espejo no es autónomo como productor de imágenes, sino que depende siempre del objeto reflejado en tiempo real. Mientras en el reflejo el punto de encuentro entre lo material y lo intangible es efímero y fugaz, la pintura puede convertirlo en eterno.
El reconocimiento de la imagen reflejada en el espejo como una duplicación no real es parte de la toma de conciencia del individuo y, en el caso de que ésta no respondiera ante nuestros ojos como pensamos que debe hacer, generaría una incomodidad difícil de soportar. En La Reproduction Interdite (1937) o el famoso retrato de Edward James, Magritte desafía las leyes de la óptica y pone en tela de juicio el reconocimiento o autoconciencia del individuo ante el espejo. Observar un reflejo que devuelve la imagen original en una forma transmutada se nos plantea como algo inaceptable, además de imposible. El reflejo del hombre retratado por Magritte conduce al espectador a cuestionar su visión y la existencia o inexistencia del espejo dentro del cuadro, y a valorar la posibilidad de que no sea una, sino dos las personas retratadas en él. No obstante, se ve obligado a abandonar esta teoría al observar el reflejo perfectamente ortodoxo del libro que descansa sobre la repisa. Las posibilidades de las imágenes que nos devuelve el espejo se amplían de pronto, y en palabras de Derrida (1987), éste adquiere la posibilidad de no ser siendo: la contradicción basada en que aquello que se refleja no es aquello reflejado, sino la transformación del sí mismo gracias a la contradicción misma de la imagen.
De igual modo, y quizás por eso, el espejo se ha considerado desde hace siglos metáfora de la pintura, la obra de arte actúa también como una herramienta de autorevelación para el espectador, estimulando la aparición del pensamiento en torno a la representación, lo que se ve y lo que permanece oculto, la relación entre reproducción y verdad, la validez de la representación en el espacio-tiempo. La mímesis. Como en la pintura, aquello que capta el espejo puede entenderse como un instante pleno que busca la verdad, escapa al movimiento, y se aleja de la representación para convertirse en una metáfora de lo reflejado.
Estas ideas convergen en la aceptación de que el espejo nos proporciona –también– otra realidad. Una realidad distinta por cada punto de vista, y casi por cada individuo que se asome a él. En cierto modo, se puede mirar a través del espejo, superando la propia imagen o los elementos reflejados que se ven a simple vista, para observar y sentir a través de la visión. Así, una de las acciones más relevantes que derivan del empleo del objeto-espejo como artefacto de representación y reproducción, es la autorreflexión. El espejo hace de callejón sin salida y nos reenvía, de manera irrevocable, de vuelta a nosotros mismos. Ante el espejo existe la posibilidad de mirar o de observar nuestra imagen. Esto supone que el reflejo que aparece ante nuestros ojos cuando miramos, se convierte en una imagen efímera que permanece sólamente de manera fugaz, mientras que, cuando observamos a travésde esta imagen, estamos obligados a reconocernos en un plano que va más allá del físico y se adentra en el terreno de la autoconciencia. Pero al igual que la imagen que se refleja en el espejo está sujeta a un constante cambio, la vida como un espacio de tiempo que se interpreta constantemente, se modifica con cada experiencia, y de igual manera lo hace el significado que otorgamos a las cosas. A pesar de que el acto de vernos, mirarnos o reconocernos en el espejo es una acción absolutamente automatizada, al prestar atención a la imagen que éste nos devuelve percibimos el efecto paradójico de vernos a nosotros mismos desde un punto de vista ajeno.
En el mito clásico de Ovidio, Narciso muere ahogado en un lago tras largas horas de contemplación de su propia imagen, de la que no puede separarse por el efecto cautivador que en él causa. Según la tradición griega antigua, el reflejo de las personas no es una simple imagen sino la observación directa de su alma, y en algunos casos, el verse reflejado con total nitidez en el agua o cualquier superficie reflectante se consideraba un presagio de muerte. En un universo en el que el mundo de lo tangible y el de las ideas están separados, el desdoblamiento y la confrontación de sujeto y objeto en un mismo espacio-tiempo puede llegar a ser irreconciliable.
El Narciso que pinta Caravaggio (1597-99) es el perfecto ejemplo de la representación de un fenómeno de reduplicación. En el cuadro, el reflejo y la realidad son simétricas sobre el eje de la línea horizontal, provocando que el sujeto y su doble permanezcan en una absoluta simbiosis, dependientes siempre el uno del otro. Los brazos del personaje real y el reflejado forman una figura rectangular casi perfecta sobre un fondo neutro, dando lugar a lo que puede entenderse como una única figura que soporta la composición a la perfección. El cuadro podría ser volteado sin que se produjese ningún cambio aparente. La interacción de Narciso con la imagen propia se convierte en el único tema de la pintura ya que el resto de elementos ambientales que sitúan al espectador en escena y hacen reconocible al mito han sido eliminados. Esto es significativo, ya que una de las causas de que reconozcamos como reflejo nuestra imagen en el espejo desde el primer vistazo es que identificamos la duplicación de todos los elementos tangibles que hay a nuestro alrededor. El cuadro es un ejercicio prácticamente perfecto de reflexión en torno a la pintura y a la idea de autocontemplación. Tal y como afirma Cassini en su estudio sobre el mito y la interpretación moderna del narcisismo, son los pintores –y no los filósofos– quienes comprenden que la figura de Narciso encarna el símbolo del espejo. En esta fábula tantas veces representada en la pintura occidental, el espejo adquiere la capacidad no sólo de proyección del sujeto, sino también de creación de imágenes y de invención de formas. En él se muestra lo que existe fuera, un joven extasiado ante la imagen que le devuelve la superficie de un charco, pero también lo que no se ve, aquello que se refleja en el interior del individuo y a lo que sólo tenemos acceso mediante la mirada que atraviesa ese espacio irreal e imposible y nos lleva de vuelta a nosotros mismos. El espejo funciona como autorrevelación. El error del Narciso, que termina por morir ahogado, es concebir su imagen como una imitación tan perfecta que escapa de ese espacio limitado y metafórico que es el reflejo y se convierte en una posibilidad real. Alberti dijo que fue Narciso quien descubrió verdaderamente la pintura, no por descubrir una imitación perfecta de su imagen, si no por reconocerse él mismo como imagen.
Asomarse a la pintura de Alain Urrutia y adentrarse en ella, pasa por llevar a cabo
una revisión completa de la forma que tenemos de mirar, de recibir las imágenes y de interpretar los significados que les damos o que vienen dados por una especie de inconsciente colectivo. Del
mismo modo enque entendemos las imágenes reflejadas como una realidad virtual, asumimos de forma automática que la pintura figurativa es pura mímesis o imitación de lo real. Sin
embargo, aunque en su pintura es posible reconocer cierto eco pictórico-literario, al intentar identificar en ella imágenes preexistentes procedentes de la naturaleza o de otras obras pictóricas,
el proceso se complica. Esto se debe a que al observar dichas imágenes accedemos directamente al terreno de las ideas y la representación, es decir, al fenómeno de reduplicación del cuadro, que
hace de espejo o ventana del mundo y refleja lo que vemos en él, pero también aquello que es invisible a los ojos.
Urrutia crea estructuras macroreferenciales; en cada pintura existen referentes que pueden aludir a cosas reales o no. El trabajo de dilucidar si quien lo observa se halla ante el reflejo directo de algo o ante una imagen creada desde la nada, es exclusivo del espectador. El hecho de que la imagen funcione como signo y sistema, llevando a cabo una transferencia de conceptos, deriva en que, quien la observa, cuestione la visión de la naturaleza, del arte, y de la propia pintura, pero también de sí mismo. Una vez más, nos encontramos ante un proceso de toma de conciencia o de autoconciencia. Al igual que sucede cuando observamos nuestro reflejo a través del espejo, en un acto de autointerpretación, la pintura de Urrutia facilita esa mirada introspectiva que va más allá de la imagen representada y que se vuelve hacia el interior para encontrar respuestas.
Situarsefrente a la obra de Urrutia es como hallarse de nuevo frente al espejo:ahora es la pintura la que cierra el camino, nos lleva de vuelta al interior de nosotros mismos, y se convierte en el punto de partida del proceso de autorreflexión.